Los sonidos del silencio

“Señor pasajero: la mampara evita un buen dialogo”, decía un cartelito estampado en el vidrio que me separaba del conductor. Y al lado de la frase estaba dibujada una cara de esas happy smile. El detalle de la carita sonriente es lo que hace más genialmente perverso al mensaje de este tachero, un rarísimo espécimen de obrero del volante que al parecer le molestan tanto como a uno la conversación impostada, la charla forzada por las inclemencias del tiempo, el tránsito de mierda o los pibes que se drogan en la esquina. Una manera simpática de decirle al pasajero que, lo lamento amigo, en este coche está prohibido hablarle al conductor. Me hizo acordar a mi viejo. Un tipo al que jamás le gustó que le hablen por compromiso, y mucho menos en la ruta, mientras maneja. Mi padre al volante se apaga. Deja de existir. Muy pocas palabras pueden salir de su boca en ese momento y mucho menos si la cosa viene de comentario para romper el silencio nomás. Ahí son unos pocos sonidos de respuesta los que emite: seh, mjmum, ajam, mientras se muerde una y otra vez la lengua como si fuera un chicle. Bueno sí, lo acepto, la descripción parece la de un retardado, pero no señores, es todo lo contrario. Es la de un tipo muy inteligente y locuaz, practicando una fina estrategia contra los que hablan por deporte, sólo por el simple y mundano hecho de llenar con palabras vacías un momento de sordina. Es así que él se defiende de ese ataque. A mi viejo le gusta el silencio, no le incomoda, y definitivamente no soporta el comentario obligado para entorpecer el placer que, a veces, encierra el mutismo. Y hay poco lugares como un auto en plena carretera para que el ser humano en situación incómoda despliegue todo su arsenal de preguntas retóricas y comentarios de la importancia de un pedo en el viento. La soledad del chofer y acompañante en un coche devorando kilómetros es capaz de provocar las conversaciones más insostenibles. Si uno se pone medio nervioso y dice pavadas con un señor x durante los pocos segundos que demora un ascensor en llegar desde un primer piso al tercero, ya en un auto la cosa se desmadra. Pero los humanos tienen esa rara necesidad de hablar por hablar cuando están frente a frente, solos y encerrados. Yo no tengo esa necesidad. Y en eso soy un digno hijo de mi padre, y te lo digo así, mordiéndome la lengua como si fuera un chicle.