Palomas

“No, no trabajamos con mostaza”, me respondieron en un restaurante de la Paloma, Rocha, en plena temporada, y cuando estaba punto de clavarme una seca milanesa en dos panes. No trabajamos con mostaza. Y esa fue la manera más fina y elegante que escuché para justificar la clásica y eterna dejadez imperante en el país del deja deja. No trabajamos con mostaza. Me reí mucho cuando escuché esa respuesta. Yo tampoco trabajo con mostaza, por esa misma razón no abro un lugar para darle de comer a la gente y cobrarle. Pero en fin, ya nada me sorprende. Rocha no tan sólo eres palmar. Hace unos meses, una familia de negros salió a los medios a denunciar una supuesta “discriminación” por parte del propietario de otro restaurante de La Paloma. Parece que la troupe de morenos llegó al lugar a una hora razonable para cenar y osó pedirle al encargado que juntara un par de mesas y sillas para que todos pudieran comer juntos y contentos. Nada. Cero bola. Les dijeron que estaban cerrando, que no tenían suficiente comida, que era complicado cambiar las mesas y les echaron flit. Los grones cantaron discriminación. A ver, muchachos, si fueran rubios alemanes y con muchos euros para gastar, la respuesta hubiese sido la misma. No hay que complicarle la vida a los rochenses, y menos en temporada. Deja, deja.