Aves fuera de sus jaulas

En el preciso momento en que subís en el mismo ascensor con un tipo que carga en sus manos la cabeza y el cuerpo del Pato Celeste es que te das cuenta que tu lugar de trabajo se está transformando en un sitio bizarro.

Una vez acompañé a un loco en una ambulancia rumbo al Viladerbó. Bah, un loco. Era un tipo normal, un compañero de trabajo al que en una mala noche le saltó la térmica. Su cabeza hizo un clic y quedó chiflando y bailando en bolas por orden divina de una lamparita de luz que él aseguraba era la representación de Dios en la tierra. “Delirio místico”, me explicaba el médico camino al manicomio. “Aunque no lo creas es bastante frecuente”, me decía al tiempo que yo, un tanto borracho todavía encima, miraba atónito como el pirucho debutante se balanceaba para atrás y para adelante e imitaba la forma de hablar de Berch Rupenian (le salía igual). El tipo era, entre otras cosas, imitador. Y en esa noche desgraciada se le cruzaron al mismo tiempo todos los personajes por el marote y le colapsó el sistema. Los que lo vieron enloquecer me contaron que primero se quedó mirando fijo la lamparita del estudio de la radio donde trabajábamos. Después empezó a hablar con la luz tintineante y al rato ya estaba completamente desnudo y a los gritos arriba de la mesa, eludiendo los micrófonos que salían del techo, y proclamándose como el autentico Jesucristo. Creo que rompió un vidrio o abrió la ventana- no me acuerdo bien- y saltó del primer piso al suelo. Cuando llegué al lugar de los hechos, lo peor ya había pasado. Lo primero que vi fue las caras asustadas de los testigos de la locura. Después divisé al mismísimo protagonista. Venía acompañado por un enfermero, estaba más calmo, sonriente, y repetía frases incoherentes con la cabeza baja. Decidí subirme con él a la ambulancia. Ya me había perdido un viaje a la locura y ni en pedo quería perderme el otro.