Short Message Service

Cada vez me quedan menos neuronas. Debe ser porque las baño en whisky del toraba todos los viernes. Ah, y porque no pienso, porque últimamente me di a no pensar, por aquello de no perder. El que piensa, pierde. La frase se ha convertido en mi rídiculo y absurdo caballito de batalla en tiempos de alienación. Entonces no me quemo casi con nada. Ando por la vida con la liviandad propia de ese que no repara demasiado en sus actos. Como un mongólico, un opa, un retardado. Soy eso y mucho más. Y no me importa. Por ahora.

El miércoles pasado fue mi cumpleaños ("no, no me feliciten lo único que hice fue no morirme en los últimos 28 años", jo). Es curioso lo que pasa con cualquier aniversario, recibimiento o velorio en el nuevo mundo SMS en el que vivimos. No recibís un puto llamado, no escuchás un feliz cumpleaños de la boca de otra persona. Pero eso sí, te matan a mensajes de texto. El mundo simplificado. Escudarse detrás de las letras para ahorrar una conversación de trámite, y de paso quedar bien. Pasa con gente de la que esperás algo más que un mensaje y con la que no tienen necesidad de saludarte. Así es que aparecen mensajes insospechados de teléfonos irreconocibles. Una tía de esas que ves cada dos años; un cuñado que ya no es más cuñado; una prima lejana; el novio de la prima lejana; el hermano del novio de la prima lejana ; una madrina; el portero; el hijo del portero; algún que otro conocido....

Hace un mes me olvidé del cumpleaños de un muy buen amigo mío. Pocos minutos antes de la medianoche, otro amigo me llamó desde el lugar donde lo estaban festejando para hacerme notar mi error. Lo primero que atiné hacer fue llamar a su celular, avergonzado de mi falta, para decirle que me había olvidado, que me perdone, y saludarlo. El mundo simplificado, también. El tipo vio mi número en el captor y no me atendió. Consideró que ya era demasiado tarde. En tiempos de fríos mensajes de texto, yo hubiera contestado esa llamada.