El negrito subió al bondi a la altura de Colonia y Ejido. Tenía unos lentes culo de botella enormes que le ocupaban casi toda la cara y unos dientes blanquísimos y desparejos que parecían querer escapar de su trompa. Por arriba de su ropa llevaba una túnica de escuela que le quedaba chica- apretada- y una moña que se ató una vez y nunca más.
Se agarró de uno de los caños que sostienen el pasamano y con voz muy baja empezó a cantar algo que con el ruido del motor y de la ciudad era imposible escuchar desde mi posición, sentado allá atrás del todo.
Sólo me quedaba la posibilidad de mirarlo en mute, y por un instante fue muy raro.
Con su aspecto, el negrito parecía transportado de otra época, era un gurí del año 30 o 50 en el siglo XXI.
Me olvidé del mundo que existía ahí afuera, empecé a ver todo en color sepia, y me dejé llevar empujado por una sensación que mezclaba pasado con ficción.
Sorteando varias cabezas, lo veía cantar y no podía dejar de pensar en él como en uno de esos personajes de biopic hollywoodense.
Parecía encarnar la infancia triste y dura de un artista consagrado, un Ray Charles, por ejemplo.
El negrito con lentes culo de botella atados con cinta adhesiva que se subía a cantar a los ómnibus y deleitaba a todos los pasajeros que lo premiaban con algún tímido aplauso y unas pocas monedas.
El negrito desarreglado y rotoso que algún día sería descubierto por un agente visionario que, seducido y maravillado por esa voz suave pero poderosa, lo adoptaba, lo entrenaba y lo llevaba a la fama.
En eso estaba, imaginándole al negrito un futuro de éxito, drogas, rock and roll y sexo desenfrenado cuando veo que por atrás de él aparece un flaco sosteniendo dos celulares en una de sus manos y manejando los controles de un I-pod con la otra.
Fue inevitable, tanta tecnología junta rompió la burbuja.
Caí de culo en la realidad y volví al ómnibus rutinario que hace dos cuadras estaba a la altura de Colonia y Ejido, llevándome a mi laburo en una calurosa tarde de setiembre de 2006.
Cuando me paré para bajarme, el negrito ya había terminado de cantar; nunca lo escuché, pero le di cinco pesos cuando pasé al lado suyo.
No sé bien porqué, quizá fue en agradecimiento por haberme distraído un rato.
Capaz que fue por culpa, por no poder terminarle su historia.
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6 comentarios:
Lo empecè a leer y me llamaron para ir a tomar cervezas (tengo 2 euros, me da para el olor de la tapita, de todas formas voy a hacer la gran uruguaya... hoy por mi, manana tambièn).
Te pido disculpas Bepi.. pero seguro me entenderìas.
eeeeehhhhhh ALvareinstein.
Berp!
El negro un ídolo. Por suerte viste al tipo con el ipod, porque sino te hubieras bajado varias paradas después y la historia sería otra. El negro se hubiera ligado puteadas de todos colores, y no se merecería ni un posteo en el blog.
En Varese habia un negro, un keniata que la verdad era muy buena persona, vendia cosas de Africa (collares, cinturones..etc) puerta a puerta... laburaba, laburaba y laburaba... un dia conociò un tipo y empezò a laburar en una fabrica donde se gana muy bien y le daba para mandar un poco de dinero a su familia en Kenia. Un dia resolvieron sus companeros juntar un poco de dinero entre todos y comprarle una vaca y una oveja porque con esos dos animales en Kenia ya se despega mal, te mira por encima de los hombros. El tema que el loco se volviò a Kenia con el dinero de meses de trabajo y con el dinero de la vaca y la oveja... y que hizo? se la fisurò toda en putas y escavio. Ahora està en Kenia, tirilla.
Andá pa´ Kenia, botija, qué estás esperando?
lo peor es que lo pensè.
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